Siempre que volvemos de una escapada o viaje hacemos un diario del mismo, que no pretende ser una guía, si no una recopilación de nuestras experiencias en destino y nuestras impresiones sobre el lugar visitado, en este caso Milán.
Dispusimos de 3 días completos en la ciudad italiana, a priori poco atractiva, para ver sus monumentos más emblemáticos y pasear todo lo posible por sus calles, plazas y jardines. En esta ocasión apenas entramos a museos, dando prioridad a otras visitas.
En general, con 2 días se puede ver lo imprescindible de Milán y si tenemos 3, como era nuestro caso, mucho mejor, porque podremos bajar el ritmo y acercarnos a rincones de la ciudad menos conocidos.
Disfrutamos de un tiempo estupendo y soleado, excepto la tarde del primer día, en que llovió varias horas y nos impidió pasear con calma por el exterior.
Qué ver en Milán en 3 días
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Primera toma de contacto con Milán
Llegamos a Milán desde Orio al Serio, en Bérgamo, y sobre las 19:00 horas de la tarde estábamos haciendo el check-in en nuestro hotel, Ibis Milano Centro. Dejamos el equipaje en la habitación y sin perder más tiempo nos fuimos a Repúbblica, cerca del hotel, para tomar un metro que nos llevó directamente a la Piazza del Duomo.
Tenía muchas ganas de ver el Duomo de noche, y ese era el momento ideal para hacerlo, ya que ese día no teníamos tiempo a mucho más.
Nunca olvidaré cuando, desde la misma boca de metro, vimos aparecer la imponente catedral gótica ante nuestros ojos, parcialmente iluminada. Y es que el Duomo impresiona, y mucho.

Entramos en las Galerías Vittorio Emanuele y, tras un breve reconocimiento, nos fuimos a la famosa pasticceria Luini fundada en 1888, y compramos unos panzerotti de berenjena que estaban buenísimos.
Como ya era tarde tomamos de nuevo el metro hasta Repúbblica y nos fuimos a descansar. Al día siguiente nos esperaba nuestro primer día en la ciudad y queríamos aprovecharlo al máximo.
Primer día en Milán: Duomo, Galerías Vittorio Emanuele, Teatro Alla Scala, Piazza Mercanti
Nuestro primer día en Milán era lunes, y hay que tener en cuenta que todos los museos de la ciudad y muchos monumentos cierran los lunes. Sin embargo, la mayor atracción turística de Milán, el Duomo, está abierta casi todos los días del año.
Volvimos a la Piazza del Duomo y dedicamos la mañana a visitar el interior de la catedral, precioso aunque algo austero, que contrasta perfectamente con su recargado exterior de estilo gótico.

Me encantó su precioso pavimento de mármol. Destaca la escultura de San Bartolomé Desollado, que impresiona por su realismo.

También subimos a sus terrazas, ya que habíamos comprado previamente las entradas por internet. No tendrás problemas por adquirirlas allí mismo, pero en temporada alta se recomienda madrugar. Si vas cuando hace demasiado frío y se forman placas de hielo en las terrazas, no permiten subir por el peligro de resbalones que supone.

Subir a las terrazas es algo que merece mucho la pena para ver de cerca los pináculos, arbotantes y gárgolas de la catedral, además de contemplar unas de las mejores vistas de la ciudad y de la Piazza del Duomo.

También hay una buena panorámica hacia la zona más moderna de la ciudad, donde podemos ver, a lo lejos, sus rascacielos más altos, el edificio Unicredit y su famoso Bosco Verticale.

Una vez visto el Duomo de arriba a abajo, volvimos a las Galerías Vittorio Emanuele, que a esas horas estaban en plena ebullición, dimos un paseo por sus tiendas y librerías y admiramos sus cristaleras. Parece que se puede subir a las terrazas de las galerías, aunque nosotras no lo hicimos.
Cumplimos con la tradición milanesa, que consiste en dar al menos tres vueltas sobre los testículos del famoso toro, recientemente restaurado, asegurándonos así volver a Milán.

⇒ Dónde comimos: Fue inevitable volver a comer a Luini a base de panzerotti y arancini.
Después de comer cruzamos las Galerías hasta llegar a la Piazza della Scala, que está muy cerca, donde, además de la insípida fachada del Teatro alla Scala, encontramos una estatua dedicada al gran Leonardo Da Vinci.


A continuación vimos algunas iglesias próximas al Duomo, como la Basílica de Santa María presso San Satiro, con el famoso trampantojo de Bramante y San Bernardino alle Ossa, que impresiona por sus espectacular y macabro osario.
Pasamos por la bonita Piazza Mercanti, centro neurálgico de la ciudad en la Edad Media, una plaza preciosa y poco visitada. Está flanqueada por el Palazzo della Ragione, la Casa dei Panigarola y la Loggia degli Osii.

En Vía Cordussio nos encontramos con el Palazzo Broggi o Palazzo della Poste. El señorial edificio de Correos alberga hoy en día un Starbucks, el primero del país, inaugurado a finales de 2018.
Sin duda, tiene que ser el Starbucks más bonito del mundo: 2300 metros cuadrados, suelos de mármol grabados en bronce y una decoración de estilo industrial pero lujosa, que pretende ser un homenaje a la tradición cafetera de Milán y de Italia en general.
Otra polémica contradicción: el gigante americano amenaza con acabar con los pequeños negocios cafeteros de toda la vida, un desafío al que los italianos llevan resistiéndose durante años y al que, por alguna poderosa razón, han acabado cediendo. Entramos en el local, lo recorrimos y nos fuimos sin consumir.
Seguimos hacia el Castillo Sforzesco, pero a medio camino comenzó a llover y ya no pararía en toda la tarde, en contraste con los dos días siguientes, en los que nos acompañaron un sol espléndido y unas temperaturas agradables.

Llegamos al castillo, pero entre que seguía lloviendo a mares y que los museos estaban cerrados porque era lunes, no pudimos hacer más que darnos la vuelta y refugiarnos en un centro comercial, donde pasamos la siguiente hora hasta que, ya de noche y sin que la lluvia nos diera tregua, decidimos volver al hotel y cenar allí mismo.
Segundo día en Milán: Castillo Sforzesco, Cenacolo Vinciano, Navigli
Nuestro segundo día en Milán madrugamos mucho y, tras desayunar en el hotel, compramos el bono diario de metro en Piazza Venezia y desde esta estación nos dirigimos a la iglesia de Santa María della Grazie para intentar conseguir las entradas del Cenacolo Vinciano que me había resultado imposible comprar en la web y por teléfono.
Te lo contamos aquí ⇒ CÓMO PREPARAR UNA ESCAPADA A MILÁN EN 3 DÍAS
Una vez conseguidas las entradas para las 16:00 horas de ese mismo día, nos fuimos paseando con destino al Castillo Sforzesco, pasando por Cadorna y su poco agraciada estación de tren y por el monumento Aguja, Hilo y Nudo, en honor a la moda milanesa, en la Piazza Luigi Cadorna.

Llegamos al Castillo Sforzesco, otra de las visitas imprescindibles en Milán y paseamos por su jardín exterior hasta que decidimos entrar a ver los museos, entrada 5 euros. Hay taquillas para dejar vuestras pertenencias, sobre todo las mochilas, con las que está prohibido acceder a los recintos del museo.
Los museos del castillo me parecieron bastante prescindibles, sobre todo teniendo la ciudad dos salas de arte tan importantes como la Pinacoteca de Brera y la Pinacoteca Ambrosiana.

Sin embargo en los museos hay una pieza que no te puedes perder bajo ningún concepto: la Pietà Rondanini, la última obra del genial Miguel Ángel Buonarroti, que dejó inacabada y en la que estuvo trabajando días antes de morir. Es una escultura realmente emotiva.

Una vez recogidas nuestras cosas en las taquillas, salimos del castillo hacia el Parco Sempione, que está justo al lado. Este parque hará las delicias de los más pequeños, porque suele acoger una feria con norias y atracciones varias, puestos de comida rápida y un estanque con patos y tortugas.
⇒ Dónde comimos: Como hacía un día estupendo, comimos en una de las terrazas del parque, Bar Bianco. Constatamos que, a pesar de su prestigio, ha degenerado ultimamente, ofreciendo un servicio mediocre a alto precio, así que no lo recomiendo.
Después de comer estuvimos un buen rato descansando en el césped.

Tras ese rato de descanso seguimos cruzando el parque, encontrándonos construcciones como la Torre Branca, y llegamos hasta el Arco della Pace, en la Piazza Sempione, proyectado por Cagnola e impulsada su construcción por Napoleón Bonaparte.

Se nos hacía tarde y emprendimos camino hacia Santa María della Grazie, a donde llegamos media hora antes de la visita. Mientras esperamos estuvimos viendo su interior y sacando algunas fotos en su claustro.
La cúpula de esta iglesia se atribuye a Bramante, otro importante genio italiano.

Llegó la hora y con gran nerviosismo accedimos al interior de la iglesia para contemplar una de las pinturas murales más importantes de la Historia y, desde luego, de la obra de Leonardo da Vinci: el Cenacolo Vinciano. La visita es guiada y mientras el guía da la explicación pertinente hay que permanecer en absoluto silencio y no se pueden sacar fotos.
Al acabar la explicación, el tiempo para tomar fotos es muy escaso, limitándose a 2 ó 3 minutos y no exagero si os digo que casi nos empujan hacia la salida.

Pero merece la pena y es otra visita que no te puedes saltar si estás en Milán. ¿Razones? Muchas: por la importancia de la pintura, por el misterio de sus múltiples interpretaciones y por la genialidad de su autor ¡el mismísimo Leonardo da Vinci estuvo allí, siglos atrás, tramando una nueva técnica de pintura que perdurara por los siglos de los siglos! Es realmente emocionante, sobre todo si os gusta el Renacimiento italiano.
Pese a lo limitado de la visita, sólo 15 minutos, no hay que olvidar que justo enfrente de La Última Cena tenemos otra obra impresionante: la Crucifixión de Montorfano, que todos parecen ignorar a favor del famoso Cenacolo.
Finalizada la visita caminamos hasta la Basílica de San Ambrosio, una de las iglesias más importantes de Milán, y después cogimos el metro y nos dirigimos hacia la zona de los Navigli.
Los Navigli son canales navegables proyectados en el siglo XII y mejorados en el siglo XV por Leonardo da Vinci. ¡De nuevo el gran Leonardo! Sirvieron como vía para el transporte de mercancías y también para trasladar las piezas de mármol para la construcción del Duomo.

En el siglo XIX perdieron su función original y se cegaron gran parte de ellos. Tan sólo quedaron intactos el Naviglio Grande y el Naviglio Pavese, que hoy son punto de encuentro de los milaneses al atardecer, sobre todo el primero. Aquí es costumbre tomar el aperitivi, aunque también se toma en muchas otras zonas de Milán.
Hay rincones muy bucólicos en esta zona, pero os lo contaremos en un relato específico para ahondar en detalles y fotografías.
⇒ Dónde cenamos: Tomamos el aperitivi en Rita, en el Naviglio Grande, completo, muy recomendable y, como ya era tarde, compramos algo más para llevar y tomamos el metro hasta nuestro hotel.
Recomendamos Il Pane della Ripa, en Porta Ticinese, 55, en pleno Naviglio Grande. Fue aquí donde compramos focaccia de Liguria para llevar y constatamos la buena fama de esta panadería artesanal.
Tercer día en Milán: Cementerio Monumental, Gae Aulenti, Garibaldi, Brera
Nuestro tercer y último día en la ciudad comenzó con el desayuno en el hotel y el ckeck out correspondiente. Tras dejar las maletas a buen recaudo en recepción, nos dirigimos al metro para nuestra primera visita del día: el Cementerio Monumental de Milán.

Este cementerio entra dentro de las visitas que también consideramos de importancia alta en Milán. No es sólo una necrópolis, si no también un auténtico museo al aire libre. La visita es gratuita y en recepción facilitan un mapa para el recorrido, ya que el camposanto es inmenso.
Hay tumbas que tienen esculturas descomunales, y algunos panteones que miden varios metros de altura, simbolizando la importancia de sus moradores. Haremos una entrada específica para este cementerio, porque es un lugar muy enigmático al que creemos que hay que hacerle un hueco en toda visita a Milán.

Saliendo del cementerio nos dirigimos hacia la zona más moderna de Milán, la Piazza Gae Aulenti, inaugurada en 2012, donde de noche tiene lugar un espectáculo de luz, agua y sonido.
Sus fuentes circulares y sus vistas del skyline de la ciudad encajan a la perfección con el aire futurista de la Torre Unicredit (con sus 231 metros es la más alta de Italia) y con el Solar Tree, un sistema de luces led que usa la energía solar para iluminar la plaza.
A lo lejos, el vecino Barrio de Isola, en el que podemos contemplar algunas construcciones emblemáticas de la ciudad, como el famoso Bosco Verticale, inagurado en 2014.
Son dos edificios residenciales con sus terrazas cubiertas de arbustos y plantas, más de 100 especies, que representan el Milán más moderno y comprometido con el medio ambiente. Es contradictorio, pues ambos edificios se ubican en una de las zonas con más polución de la ciudad: la contaminación ambiental es más que obvia.

Dejamos atrás Gae Aulenti y comenzamos a recorrer una pasarela peatonal que une esta plaza con el Corso Como. Pasar de una zona a otra es como dar un rápido salto en el tiempo.
Comienza así nuestro recorrido por las calles más bohemias de Milán, pasando por Porta Garibaldi, y paseando por la larguísima calle Corso Garibaldi hasta llegar al corazón de Brera.

Brera es una zona bastante atractiva, conocida por su carácter bohemio y sus importantes edificios del siglo XVIII, entre los que destaca el Palazzo de Brera, donde está la famosa pinacoteca del mismo nombre, que no tuvimos tiempo de visitar.
Hay muchos cafés antiguos, tiendas de artistas, terrazas donde tomar algo al aire libre y varias iglesias destacables, entre ellas San Simpliciano y San Marco. También hay muchas tiendas de moda y decoración muy exclusivas, como en casi todo Milán.
⇒ Dónde comimos: Comimos en Rosso Brera, un local muy recomendable de comida típica italiana con opciones veganas. Pedimos berenjenas con parmesano y tomate; de postre, un tiramisú.
Después seguimos paseando, desviándonos un poco para cruzar parte del Quadrilatero della Moda, por Vía Montenapoleone, hasta llegar a la Piazza del Duomo. Allí nos despedimos de la imponente catedral que tanto nos había impactado el primer día que la vimos, y que ahora todavía lo seguía haciendo.

Sobre las 16:00 horas tomamos el metro hasta Repubblica y nos dirigimos a recoger las maletas a nuestro hotel. De ahí a Milano Centrale, donde en su parte exterior tomamos el autobús de Autostradale que nos llevaría al aeropuerto de Orio al Serio.
Allí, sin ningún contratiempo cogimos nuestro vuelo que salía a las 20:00 horas y poco después ya estábamos en casa, tras haber disfrutado de unos días estupendos de desconexión en una ciudad que, pese a nuestras bajas expectativas, nos había gustado mucho.
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Impresiones de Milán
Los motivos por los que me interesaba ir a Milán, una ciudad en la que había estado de paso pero nunca había visitado, eran dos, y bien consistentes: el Duomo y el Cenacolo Vinciano. Creía que eran dos obras de arte que ver una vez en la vida y una vez de vuelta me reafirmo en mi opinión: hay que conocerlas.
Por lo demás, mis expectativas sobre la capital lombarda eran más bien escasas ya que había leído opiniones de todo tipo sobre ella, pero la mayoría negativas: Milán es una ciudad fea, en Milán sólo merece la pena el Duomo, Milán sólo tiene tiendas de moda…
Es obvio que Milán es una ciudad icono de la moda a nivel mundial, un gran referente y cuna de grandes diseñadores que son, sin duda, los Médici de hoy en día. Esto se refleja en su gente y en sus calles, aunque también hemos visto la otra cara de la ciudad: mucha gente sin hogar durmiendo a cielo raso.
Sin embargo Milán ofrece bastantes alicientes como para dedicarle al menos 2 ó 3 días y recorrer algunos de sus barrios más pintorescos, sus parques más representativos, sus famosas pinacotecas (quedarán para otra ocasión) y algunos lugares inesperados. Sus contrastes entre las zonas más antiguas y modernas de la ciudad pueden gustarte o no, pero no te dejarán indiferente.
Nosotras estuvimos 3 días completos en Milán recorriendo la ciudad con mucha calma y aún así nos dejamos mucho que ver: algunas iglesias, como San Eustorgio donde supuestamente están las reliquias de los Tres Reyes Magos, algunos museos como el de Leonardo Da Vinci, o las imprescindibles pinacotecas de Brera y Ambrosiana. Me habría quedado otro día más sin problema para poder completar todas estas visitas.
Milán no es la ciudad más bonita de Italia. Lo tiene difícil, muy difícil, para competir con la belleza de Roma, la singularidad de Venecia y el encanto de Florencia. Pero, más allá del Duomo y del maestro Da Vinci, merece por sí misma una buena visita.
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